El cura quería cambiar las cosas en serio
Por Carlos Fanjul*
“Che Carlitos, que haces en una central de trabajadores, si los curas nunca trabajaron”, le tiraban con sarcasmo sus compañeros de la Central de Trabajadores de la Argentina.
Carlitos reía, pero sabía y sentía que estaba en el lugar que él había elegido desde aquella tarde en que conoció a Cachorro, en Mar del Plata, en una movida de jóvenes que había organizado el Movimiento Nacional de Chicos del Pueblo, a mediados de los ´90.
Quien sino que el hoy líder nacional de ATE, para mandarse sin dudar hasta allí a bancar la parada de un movimiento que, al igual que la CTA, había emergido como bastión en la lucha popular que crecía para derrotar a las políticas neoliberales que imponía el gran traidor de los trabajadores y los más vulnerados, como fue el impostor de Carlos Menem
Sin saberlo, o por ahí sí, porque como lo cargaban sus hermanos, ‘él tenía línea directa con el de arriba’, Cajade comenzaba así una unión con la Central, que en ese encuentro representaba Hugo Godoy, que iba a constituir tal vez la más fuerte construcción del campo popular contra aquella nueva década infame.
Con el retorno de ambos a la ciudad de La Plata, pocas horas pasaron para que el compañero de Carlitos en el Movimiento, el también inolvidable Alberto Morlachetti, tomará contacto con el líder nacional de la CTA, Víctor De Gennaro, y un par de meses nada más para que ambos pasaran a ser miembros de la conducción elegida en las primeras elecciones de la Central, allá por el 96.
Alberto en el armado nacional y Carlitos en el bonaerense fueron electos para ejercer la Secretaría de Derechos Humanos, con el claro mensaje que hasta el día de hoy nos mandata de que esos derechos, no solo quedan anclados en los dolores del pasado, sino que cobran fuerza día a día en la defensa de los más vulnerables de la sociedad. Pibes con hambre y con el futuro condicionado, viejos sin sostén tras una vida de laburo, trabajadores sin trabajo, fueron, y son más que nunca, las banderas de una clase siempre apedreada por los habitantes del poder. La clase de los que sobran, en una democracia concebida para muy pocos.
Cajade, que hoy hubiera cumplido 69 años, tuvo siempre muy claro a la clase social a la que pertenecía, y por la que estaba dispuesto a ofrecer su vida. Como lo hizo desde aquella Nochebuena del ’84 cuando se topó con ‘sus’ primeros pibes, en aquel descampado de Berisso hasta donde los siguió, para quedarse con ellos para siempre porque no podía creer que estuvieran tan solos, tan abandonados, incluso del propio Jesús que esa noche volvía a venir.
Carlitos caminó cada centímetro de país, junto a sus pibes y junto a sus compañeros y hermanos de la CTA, en aquellas imponentes marchas de los Chicos del Pueblo, con las que el país todo ya no pudo desentenderse del hambre en la Argentina.
Hace pocas horas, conversaba con algunos viejos compañeros de La Pulseada, la revista que fundamos juntos con Carli, y que ya hoy lleva 17 años de vida guapeando contra las injusticias, y coincidíamos en que hoy la realidad es bastante parecida a aquellos ’90, pero que había una cosa que, la lucha de Cajade mediante, y no podía ocultarse: el hambre.
Siempre recuerdo que, en aquellos años, el hambre era negado, como si fuera imposible que existiera en el país de las cuatro estaciones y en los que ‘tiras una semilla cualquiera y nace comida como si nada’.
Por eso costó mucho que la lucha de Carli, y de Alberto, fuera aceptada por la sociedad. Fuera considerada, ya no como válida, sino como imprescindible.
En La Plata, por ejemplo, el entonces intendente Julio Alak, una de las dos personas por las que un alma buena como la de Carli sentía odio –la otra era el ya corrido monseñor Aguer, aquel que dijo al enterarse de su muerte ‘nos sacamos un problema de encima’-, chamuyaba sobre una ciudad patrimonio de la humanidad y gastaba guita en cúpulas para la Catedral o un estadio fastuoso, pero fabricaba a tiempo completo esos pibes con hambre, que Carli recogía pocas cuadras del Palacio Municipal.
Hoy el efecto es el mismo, pero nadie sería tan cararrota de negar que hay pobreza en la Argentina y que hay millones de pibes que tienen hambre y, por eso, una vida que juega con la muerte minuto a minuto.
Tanto no lo pueden negar, que hipócritamente se animaron a mentir que tenían a la ‘pobreza cero’, como su principal objetivo cazabobos de campaña.
Cajade fue uno de los más reconocidos símbolos del país en combatir y derrotar a ese esquema de exclusión
Y hoy estaría recaliente al ver que todo ha retornado
Que nada fue corregido de verdad, cuando pudo hacerse.
Muchas veces me han tirado la lengua para armar una discusión sobre qué hubiera hecho Carlitos en tal o cual situación, que se dio tras su partida hace casi 14 años.
Siempre me negué por el mismo motivo. Entiendo que es muy de hipócritas pretender saber que hubiera dicho, o hecho, alguien que ya murió. Es como usarlo para hacerlo decir algo que le convenga a uno.
Sí en cambio sé, con quien caminó cuando él era el que decidía sobre el rumbo de sus piernas.
Y sé también por que lo hacía:
“Soy de la CTA porque allí hay compañeros generosos, honestos, y porque cuando dicen que quieren transformar las cosas lo dicen desde el sentir de la clase trabajadora, que es la que verdaderamente sufre. Lo dicen en serio, y para transformar las cosas de verdad”
*Carlos Fanjul, periodista, director de «Malas Palabras»