Lenguaje para todes: Un lenguaje que nos interpela
Pese a las olas que surcan Argentina, España y el mundo, algunes no pueden permitir esa interpelación y prefieren prohibir o rechazar el uso del lenguaje inclusivo. Pero la ola verde impone transformaciones y el lenguaje está cambiando, junto a la lucha por democratizar la vida social.
Nos referimos al caso del escritor y periodista español, Arturo Pérez-Reverte (1), quien amenazó con renunciar a la RAE (Real Academia Española) si se aceptara reescribir la monárquica Constitución española de 1978 para adaptarla al lenguaje inclusivo. Fue su respuesta a lo solicitado, el pasado 14 de julio, a la RAE por la vicepresidenta del gobierno y ministra de Igualdad en España.
Una ola verde que baña hasta la lengua
«El gobierno quiere adecuar el texto de manera que incluya a las mujeres. Tenemos una Constitución en masculino», sostuvo la funcionaria. Que este debate llegara a tan “altas” esferas es resultado de una rebeldía verde que avanza. Basta aclarar que a la RAE la integran hoy sólo 8 mujeres, entre 46 académicos. Fundada en el año 1713, hubo que esperar hasta 1977, más de 260 años, para que lograse entrar la primera mujer, incluso luego de distintos rechazos.
La solicitud del gobierno español no es menor si tenemos en cuenta que el 26 de junio pasado, esa misma “Real” Academia tuiteó una respuesta contraria al lenguaje inclusivo que no considera el binario femenino-masculino. Según ese tuit de la RAE: “El uso de la letra «e» como supuesta marca de género es ajeno al sistema morfológico del español, además de ser innecesario, pues el masculino gramatical funciona como término inclusivo en referencia a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos”.
Pero hoy atravesamos una cuarta ola feminista y disidente, política, anticlerical y radicalizada. Esta ola feminista mundial trae consigo todo tipo de hechos, transformaciones y cambios que cuestionan el statu quo del sistema patriarcal. La lucha por el lenguaje inclusivo es la lucha por usar un lenguaje más justo, menos violento. O sea, un lenguaje que no sea utilizado contra nadie, como arma de exclusión y opresión en la sociedad.
Intentar usar un lenguaje menos machista, neutralizando los usos del masculino gramatical, al sustituirlo por otras expresiones como el uso de la letra “e” como marca de género y terminación no binaria (reemplazar con la “e” las terminaciones de artículos, adjetivos y sustantivos) o la inclusión también del femenino, es un gesto democrático, civilizado e inclusivo.
El lenguaje, una herramienta de dominación
El uso del masculino como genérico en el lenguaje, jamás ha sido «neutro» y quien así lo piense desconoce el poder del lenguaje, principalmente en la escritura. Los grandes escritores, a lo largo de la historia, por lo general escribían dirigiéndose a otros hombres y sobre el mundo desde su perspectiva como hombres, no como personas. Mucho menos incluyendo a las mujeres por ejemplo, ya no desde el propio discurso, sino desde les propies oyentes de ese discurso.
Tampoco hablaban para todos los hombres, sino para un número reducido de ellos, solo para aquellos que accedían a un determinado nivel, a quienes tenían un determinado estándar.
Desde un constructo patriarcal del lenguaje ni siquiera se pensaba en usar el femenino y menos un término neutro. Y así se generalizó como genérico, como “inclusión de todes”, el uso de la letra «o» que es indicativa de masculino, en español. Por ejemplo, usar el término: “el hombre” o “los hombres” para hacer referencia a la humanidad.
El uso de los términos masculinos para hacer referencia a todes, muestra de antemano lo excluyente de esa concepción. El modelo ideológico-biologicista y heteronormativo imperante es producto de un sistema patriarcal que recibimos de una sólida tradición transcultural de siglos, sistema que cuenta con instituciones como la iglesia para perpetuar esos modelos.
El lenguaje es una herramienta de dominación y de continuidad de esa opresión, hacia las mujeres y las disidencias. Lo ha sido siempre, por lo que en esa sintonía no es extraño que el lenguaje conocido, no permitiera que se visualizara o incluyera la percepción o existencia de la mujer como ser humano y, menos aún, de cualquier género disidente.
Es un lenguaje además que reduce el ser hombre a un modelo de identidad, de comportamiento general y habitual, excluyendo cualquier particularidad, lo que -sin duda alguna- no le sirve a todo hombre que aspire a ser persona. Y menos a cualquier persona que no sea hombre.
Desde los orígenes de la escritura se ha mantenido la demostración de la opresión en el lenguaje, cuestión que es necesario corregir. Para reparar un hecho lingüístico discriminatorio, se necesita tiempo y audacia y muchas veces resulta parcial, sin duda, pero la costumbre se genera rápido cuando la población hablante percibe su necesidad. Y eso ha sido lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en el marco de la cuarta ola feminista mundial.
Ya el periodista, docente e historiador argentino, Carlos Ulanovsky (2), nos recuerda que, entre los años 2000 y 2004, se impusieron términos como «piqueteros», «cacerolazos» o «trueque» como reflejo de un período pos Argentinazo y del contexto socioeconómico determinado. También se incorporó “femicidio” para reflejar esta figura dramática de la violencia machista en el lenguaje cotidiano, periodístico y que refiere incluso a sentencias jurídicas en el país.
Incluso ahora, la catedrática, integrante de la RAE y escritora española, Soledad Puértolas (3), ha solicitado a la Comisión de Neologismos de la RAE (Real Academia Española), que la expresión “machirulo”, sea incorporada al diccionario. «La lengua refleja a la sociedad y si en la sociedad hay categorías donde hay machismo, eso queda reflejado en el lenguaje… Viene a sustituir la idea de macho alfa, que es muy poderosa», afirmó entonces Puértolas.
A pesar de haber conservado sus nichos patriarcales, el lenguaje como expresión social ha sufrido cambios que -a lo largo de la historia- han sido novedosos, aunque hoy nos parezca natural. Por empezar, la lengua castellana ha dejado de ser usada ya hace un siglo. Y muchos de sus vocablos ni siquiera tienen un sinónimo actual, como la palabra “rubia” que hacía referencia a una planta que hoy ni siquiera se cultiva. O la palabra “tartana” que hacía referencia a un tipo de carruaje, hoy inexistente.
También a determinados vocablos que hoy se expresan de otro modo como “tañer”, que significaba “tocar”. O “tronería”, que significaba discusión acalorada que llegaba a ser “atronadora”. Pero no es necesario irnos tan lejos para apreciar cómo el lenguaje, siendo herramienta de poder, también fue atravesado por procesos que intentaron democratizarlo; y permitir ya no un grupo de destinatarios, sino su masificación.
Un ejemplo de ello, es la incorporación de términos femeninos, para hacer referencia a una profesión realizada por una mujer: abogada, doctora, escribana. Términos que hasta hace 60 años no eran habituales. Y que fueron también nudo de discusión, en el lenguaje, pero también en el ámbito social, de la mano del avance feminista y las mujeres estudiando carreras universitarias, accediendo a lugares que le eran prohibidos o vedados.
Los perros duros no bailan…
Es un hecho que el lenguaje está cambiando con el intento de democratizar la vida social. Que estos cambios son productos de nociones de libertad, solidaridad, justicia e inclusión; y de una lucha radical por parte de sectores oprimidos. El lenguaje se amolda a esa nueva situación, se enriquece con ese avance social, y eso se manifiesta.
Estas transformaciones del uso de las palabras para ajustarlas a una percepción más democrática o inclusiva de la estructura social, ocurrirán inevitablemente, a pesar de la RAE. Y aún a pesar de escritores como Arturo Pérez-Reverte. La sola idea de negarse a la inclusión de vocablos más democráticos da cuenta de una necesidad de perpetuar la opresión y dominación desde el lenguaje.
Pérez-Reverte, autor de libros como Falcó, Alatriste, o Los perros duros no bailan, deja traslucir su costado más reaccionario a los cambios. Si bien no suele hacer crítica social desde sus relatos, le ha gustado también jugar en ese límite.
El policial canino, en donde la humanización de los no humanos, le permite la coartada perfecta para escribir con libertad, de los maltratos de los amos, pero también pensando que: “los perros no son políticamente correctos, por eso son machistas”, resulta ser un acertijo que le permite mostrar aspectos machistas como particularidades del personaje, según sus propias palabras, al presentar la novela.
Una actitud como la del escritor, podría pensarse como aquella que solo busca preservar sus privilegios como varón. Lo mismo que la crítica que muches le hacen a que, asumir el lenguaje inclusivo, sería un cambio “superficial”. Todo eso termina siendo solo una simple resistencia ideológica que, como todo lo que tenga que ver con cuestionar el estatus quo, ridiculiza y arremete con cualquier intento de mejorar la situación civilizadamente.
Un lenguaje para la liberación
No sabemos lo que esta ola feminista deje en su devenir. Y, sin lugar a dudas, sabemos que derrotar al patriarcado necesita ir más allá que adoptar cambios en el lenguaje. Ahora bien, sin dudas, la molestia que genera este tema en determinados sectores interesados, ya es por si solo un cuestionamiento, no solo a un lenguaje que ha quedado obsoleto, sino al sistema heteronormativo imperante.
Y será fundamental dar pelea por un lenguaje que intente, no solo ser más inclusivo, sino democratizar algunos de esos constructos profundos y ancestrales.
La palabra puede ser el arma de la dominación o de la liberación. Elegir este último camino nos obliga a un cuestionamiento constante sobre nuestros códigos lingüísticos. Un lenguaje para la liberación deberá ser inclusivo, deberá ser democrático, deberá ser audaz.
Desde Alternativa Docente creemos que animarnos a construir este lenguaje más transformador, inclusivo y democrático, incorporando los cambios necesarios que la realidad está imponiendo, nos permite también educar para la liberación, educar por una sociedad igualitaria, solidaria e inclusiva. Aunque nos cueste y debamos re aprender nuestro medio habitual de comunicación.
El problema no es si hablamos o escribimos utilizando el “todes” o “nosotres”, el problema es sí, ante la negación a democratizar ese lenguaje y la necesidad de permitir su uso, sería una sana y esperable actitud de la RAE, la de fijar postura clara en ese sentido, a pesar de ciertos ofendidos escritores. Pérez-Reverte igual, ha quedado bastante solo en terrenos de la lingüística como expresión de la ola verde que va tiñendo normas, usos, “valores” y cultura.
Habilitar el uso de un nuevo lenguaje, en todos los espacios ya es un desafío que, sin lugar a dudas, dejará marcas y nuevas inscripciones. Veremos si eso y la lucha del movimiento feminista y disidente abren nuevos albores.
Andrea Lanzette, Alternativa Docente
SUTEBA Multicolor / Juntas y a la Izquierda / MST
1) http://www.perezreverte.com/
2) http://www.carlosulanovsky.com.ar/
3) http://www.rae.es/academicos/soledad-puertolas-villanueva