Pero la historia empieza antes, hace ya casi quince años, con la quiebra. Con los treinta y cinco trabajadores que resisten. Con el respaldo de los movimientos de empresas recuperadas. Con más compañeros que se van sumando a la lucha. Con artistas y grupos de rock que hacen recitales para defender los puestos de laburo cooperativo. Con políticos de distintos sectores que entienden al Bauen como un lugar al que hay defender.
“Cuando el Hotel cierra, el 28 de diciembre del 2001, quedamos en la calle. Pasamos más de un año intentando cobrar lo que nos adeudaban. Hasta que finalmente decidimos tomarlo pacíficamente y ponernos a trabajar”, rememora el inicio de la apuesta Horacio Lalli, socio fundador de la Cooperativa de Trabajo Buenos Aires. Una Empresa Nacional. Él entró a trabajar en 1999 y desde el principio ya supo que las perspectivas eran desfavorables. El Hotel tenía problemas por todos lados, nunca estaba lleno y el contexto no ayudaba. Así fue que en diciembre de 2001 vio cómo -al igual que muchas otras empresas que también serían recuperadas por sus trabajadores- el Bauen había llegado a su fin.
Los 19 pisos del edificio de Callao y Corrientes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires fueron recuperándose de a poco. “Cuando entramos al hotel después de la quiebra no había nada. Se habían llevado todo, estaba sucio, no había agua caliente, no había ropa de cama. Hicimos algunas reparaciones básicas para empezar a funcionar”, explican los trabajadores el inicio de la reconstrucción.
“En esa época eran todos jóvenes llenos de ímpetu, había una alegría en el movimiento interno que en una empresa privada no existe, era como estar en un parque de diversiones dentro de un laburo. Ese fue el momento más disfrutable”, aseguran los trabajadores más veteranos.
Aquel tiempo de reconstrucción y sueños cumplidos no solo significó recuperar el trabajo y aclimatar al Hotel a las necesidades de los clientes. También significó nutrirlo de una nueva identidad y de ordenarlo legalmente. Fue mucho más trabajo. “Tuvimos que encuadrar todo dentro del sistema cooperativo, que era y es la figura legal que nos permite trabajar. No teníamos noción de lo que era una cooperativa y tuvimos que entender el funcionamiento. Y así fue como supimos que los responsables de todo lo que sucediera íbamos a ser nosotros”, cuenta Horacio, con orgullo y responsabilidad.
Justamente de responsabilidades habla Armando Casado, especie de gurú o de viejo sabio que permanece para presentar batalla. “Hablen con Armando, él tiene una parla impresionante”, nos sugieren. Armando es un referente. Se bancó en los ’90 servir a la alta burguesía: era maitre de eventos y banquetes. Con un cambio de administración se fue. Lo llamaron cuando se conformó la cooperativa para que fuera socio fundador pero no pudo. Menos de un año más tarde se sumó. Ahora es simplemente mozo. Y cooperativista, lo que implica una gran responsabilidad. “Cuando trabajas para un privado obedeces, acá no. Un hotel es distinto a otras empresas recuperadas. Se trabaja con gente. El producto bruto terminado es un pasajero que se va contento. Tenes que afilar bien los sentidos para darle a ese pasajero lo mejor. Entonces el trabajo se hace, se obedece y la discusión tiene que quedar para después”, nos enseña Armando.
Y precisamente con la noción de responsabilidad, con la convicción de defender un trabajo realmente colectivo, realmente propio y para toda la vida, los trabajadores pasaron de 35 a 133 y las habitaciones de 10 a 400. Aunque el crecimiento también genera envidia y eso da dificultades. Vinieron los tiempos en los que algún juez, algún diputado trasnochado o algún gobierno ordenó un desalojo y propuso buscarle otros trabajos a los cooperativistas. Como si todos los trabajos fueran lo mismo. “Me podés reubicar en un restaurante que tenga filetes de oro en la puerta pero yo no me voy a sentir cómodo, esto con todas las falencias edilicias que tiene, y aún con problemas internos, para mí sigue siendo algo especial. No es lo mismo otro trabajo. Acá yo tengo un sentido de pertenencia por tantos años de lucha. Más ahora que es nuestro. No me interesan las jaulas de oro”, dice Armando, sentado en una de las mesas a las que todos los días le toca atender.
Como no es lo mismo este trabajo que cualquier otro, también se defiende de otra manera. Horacio detalla las diferencias entre el trabajo cuando el Hotel era regenteado y ahora que es autogestionado: “La participación es muy distinta, ahora todos los compañeros somos responsables de lo que pasa en el hotel, hay un consejo de administración pero las decisiones más importantes se resuelven en asamblea donde cada compañero tiene una voz y un voto. Nosotros trabajamos de lo que producimos, nuestro sueldo es un retiro de utilidades. Y eso está condicionado por lo que hay que invertir en el edificio, porque cuando lo construyeron lo hicieron con fecha de vencimiento, así que hay que estar reparando cosas permanentemente”.
Desde que el Bauen es cooperativa ha crecido también como un espacio cultural. Ciclos y festivales de cine, Teatro x la Identidad, debates y programas de radio tienen lugar en el auditorio y distintas partes hotel. “El Bauen se transformó en un símbolo donde mucha gente lo utiliza para llevar adelante otras luchas. La del sindicato del Subte, o la de igualdad de género son ejemplos. Y todos los partidos políticos han utilizado el auditorio y lanzado candidaturas. También pasan universidades, organizaciones sociales”, destaca Horacio. “Durante su historia como empresa de capital el Bauen era un hotel de los sectores dominantes. Después del conflicto se transformó en su versión antagónica: es la casa del pueblo, no hay asamblea del mundo del trabajo o la economía social que no pase por acá”, rescata Federico Tonarelli, actual responsable de Relaciones Institucionales del Hotel Bauen
Los últimos años fueron los más duros. Vaivenes judiciales, ordenes de desalojo, legisladores que los bancaron y otros que hasta redactaron leyes para perjudicarlos y beneficiar a los antiguos dueños. “Lo más jodido fue el último tiempo: por la incertidumbre de no saber qué nos va a pasar. No por mí, yo ya me jubilé y mis hijos ya están grandes. Pero por los otros chicos, que se van a quedar sin laburo a los 30 años. Ellos tienen sentido de pertenencia. Discuten con el corazón. Si nos sacan de acá y aún si nos dan otro trabajo, sería nefasto desde el punto de vista espiritual. Nos desarraigamos, es como a los indios, les das un pedazo de tierra acá, otro allá…¿y de qué les sirve eso?”, interpela Horacio, como un padre que ve orgulloso cómo sus hijos toman la posta pero aún quiere quedarse a pelear con ellos.
La expropiación le pondría fin a todas las ordenes de desalojo e intentos de la Justicia y de los viejos dueños por impedir el normal funcionamiento de una empresa argentina que funciona y genera trabajo: “No ganamos sólo nosotros: ganaron todos los que creen en este proyecto y nos dan fuerza día a día. Demostramos que los negros pueden llevar una empresa adelante y es un mensaje a muchas cooperativas que necesitan fuerza para seguir”, fue el discurso victorioso de Eva Losada, la actual presidenta, cuando en diciembre de 2015 Diputados dio media sanción al proyecto.
La lucha no es fácil porque, como explica Horacio Lalli, trabajadores que ponen en marcha una empresa ponen al descubierto una contradicción: “Nosotros además de cooperativa somos empresa recuperada. Una empresa recuperada no surge del acuerdo de unos compañeros que tienen dinero para invertir en algo; sino de una crisis, de una quiebra, de quedar en la calle y tener que realizar cosas. Cuando sucede este fenómeno que los trabajadores ponen en funcionamiento la empresa hay un sector que se siente molesto. Somos un mal ejemplo. Si todos defendiéramos la autogestión, ¿los que viven de los otros de qué vivirían?”.
Fuente: Revista Crítica (Cooperativa ex trabajadores del Diario Crítica)