8 de marzo: Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Por Ester Kandel*.

La resolución que en 1910 aprobó la Segunda conferencia de mujeres socialistas, llevada a cabo en Copenhague, Dinamarca, para conmemorar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, fue considerada, entre otros motivos, como “un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero”.

Uno de los antecedentes que registran la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado fue, en la segunda mitad del siglo XVIII, la competencia de la manufactura. Así lo testimonia Alejandra Kollontay: La competencia de la manufactura precipitó a la quiebra a los pequeños artesanos y a los obreros a domicilio, obligándoles a que vendieran su propia fuerza de trabajo a las grandes empresas, así como la de su mujer y de sus hijos. A finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, la “cuestión de las mujeres” se concentró sin embargo esencialmente en el salario de las mujeres y su derecho a un “trabajo decente”. Durante tres siglos, las corporaciones, con sus privilegios y la severidad de sus decretos, procuraron que la mujer estuviera excluida de los oficios artesanos. (…) Desde que perdió la posibilidad de ejercer una profesión artesanal, se convirtió más fácilmente en presa del fabricante (…)

El ejemplo de Francia nos puede ilustrar la forma como se fue desarrollando el trabajo a domicilio y la incorporación de la fuerza de trabajo femenino, con la existencia de numerosas pequeñas empresas de manufactura con sólo diez o veinte obreros/as, en las que se ocupaban del tejido y el hilado; la presencia de mujeres era mayoritaria, hasta que la producción de seda pasó a la producción industrial. La imposición de la fábrica fue en detrimento del trabajo a domicilio y la manufactura.

Las consecuencias de este fenómeno se observó en vísperas de la revolución francesa:

Los arrabales de París se inundaron de mendigos y prostitutas, de una multitud de mujeres sin trabajo que padecían miseria y hambre. No es extraño que en los motines de julio de 1789, las mujeres se comprometieran de manera particularmente vehemente contra el dominio y la explotación de los ricos. (…) “si buscamos trabajo no es para liberarnos de los hombres, sino para edificarnos una existencia propia en un ámbito modesto”, “libertad ilimitada de trabajo”.

Los habitantes de los arrabales de París, se manifestaban y gritaban juntos: “Libertad de trabajo”.

La autora aclara que la libertad de trabajo significaba la eliminación definitiva del feudalismo, la consolidación y el predominio de la burguesía y la liquidación de los privilegios de las corporaciones.

Existen muchos testimonios, aunque no coinciden en la fecha, sobre la participación de las mujeres, como la redacción de un manifiesto revolucionario contra el dominio y la tiranía de la casa real, por parte de las mujeres de Angers.

Rose Lacombe, Lousion Chabry y Renée Audou se destacaron en la toma de la Bastilla. Las pescaderas del mercado mandaron especialmente una delegación a los Estados Generales, para “animar a los diputados y recordarles las reivindicaciones de las mujeres”. “No olviden al pueblo”, gritaban.

En su exilio en París, A. Kollontay tuvo acceso a documentos y otras fuentes sobre la actuación de Rose Lacombe durante la revolución francesa, los cuales no sólo relataban su actuación sino que caracterizaban su personalidad:

Ella era quien estaba verdaderamente al frente de las mujeres de los arrabales de París. Era de una gran modestia, a la vez que muy combativa, poseía una poderosa voluntad y un gran sentido de la organización. Por otra parte, estaba dotada de una voz melodiosa y de un rostro agradable. Su discurso en la galería de la Asamblea Nacional en el que defendió la revolución contra el ejército de la segunda coalición y reclamó del poder una democracia.

Enemiga declarada de la monarquía fue herida en la mano durante el sitio del palacio (Versalles). La asamblea nacional le entregó como a Theroigne, la “corona cívica”. Desde 1793, era miembro del grupo jacobino del partido montañés y llevaba el gorro rojo del movimiento revolucionarios de los sans-culttes bajo la dirección de Jean Paul Marat.

Rose Lacombe resultó peligrosa cuando quiso proseguir su lucha contra los contrarrevolucionarios y Robespierre la empezó a detestar por su participación en el del Club de las ciudadanas revolucionarias. Esta institución fue fundada originariamente por Rose Lacombe y la lavandera Pauline Léonie; luego, por dos mujeres de los arrabales de París. Realizaba tareas de educación en el espíritu de la revolución. Llegó a ocupar, con una multitud de parisinas sin trabajo y sin pan, la galería de la Asamblea Nacional y preguntar qué pensaba hacer el gobierno para atenuar la miseria escandalosa de las trabajadoras.

Tras la caída de los jacobinos, las organizaciones fueron reprimidas. En 1797 Rosa fue detenida y se retiró más tarde de la política.

“No reclamaba derechos especiales para las mujeres, sino que exigía de ellas una mayor vigilancia y las incitaba a que defendieran sus intereses en calidad de miembros de la clase obrera.”

Dominique Godineau (1990) en el texto Hijas de la libertad y ciudadanas revolucionarias, señala que llamaban “las agitadoras” a las mujeres que hemos hecho referencia por cumplir el papel de amotinadas. “Son las mujeres las principales agitadoras, las cuales contagiando su frenesí al espíritu de los hombres, los inflaman con sus opiniones sediciosas y provocan en ellos una violencia sin límites”, observa un policía durante la insurrección de mayo de 1795. Estas participaban en salones, tribunas o clubes como el Club de ciudadanas revolucionarias.

En síntesis el autorreconocimiento como ciudadanas y la crítica a las condiciones de vida en general y como mujeres en particular las movilizaba a la insurrección.

El trabajo femenino en el período de expansión de la gran industria capitalista

Se pueden observar varios fenómenos que se modifican en relación con el desarrollo de la manufactura:

– trabajo a domicilio;

– trabajo doméstico;

– trabajo femenino y masculino;

– relaciones familiares;

– puestos de trabajo y roles diferenciados.

Una de las reflexiones sobre esta relación la encontramos en el texto citado de A. K. cuando dice:

El trabajo doméstico conservaba en aquella época un valor importante y completaba la economía nacional, en la medida en que la industria estaba aún poco desarrollada. Pero en realidad, el trabajo casero no contaba para la economía nacional. A pesar de esta tarea relativamente, la mujer no era útil ni a la sociedad ni al estado. Su trabajo no servía sino a su propia familia. Y el ingreso nacional no se calculaba en función del trabajo de cada miembro de la familia, sino solamente en función del resultado del trabajo, es decir en función del ingreso global de la familia lo cual hacía de la misma la unidad básica de la economía.

La otra reflexión sobre la relación trabajo doméstico, a domicilio y trabajo del hombre y de la mujer y desarrollo de la gran industria, la realiza el historiador inglés E. Hobsbwam, quien al diferenciar la protoindustrialización de la industrialización posterior – la transformación económica no necesariamente para mejor- fue el crecimiento de la industria doméstica para la venta de productos en mercados más amplios.

En la medida en que esa actividad siguió desarrollándose en un escenario que combinaba el hogar y la producción externa, no modificó la posición de la mujer, aunque algunas formas de manufactura doméstica eran específicamente femeninas (por ejemplo, la fabricación de cordones o el trenzado de la paja) y por lo tanto otorgaba a la mujer rural la ventaja, relativamente rara, de poseer un medio para ganar algo de dinero con independencia del hombre.

Las consecuencias para estas relaciones no sólo eran económicas, sino que también significaban una “erosión de las diferencias convencionales entre el trabajo del hombre y la mujer” y fundamentalmente la “transformación de la estructura y la estrategia familiar. (…) Los mecanismos complejos y tradicionales para mantener un equilibrio durante la siguiente generación entre la población y los medios de producción de los que dependían, controlando la edad y la elección de los cónyuges, el tamaño de la familia y la herencia.”

En las postrimerías del siglo XIX la industria doméstica estaba en retroceso frente a la manufactura en gran escala y el autor así caracteriza lo nuevo:

“La segunda y gran consecuencia de la industrialización sobre la situación de la mujer fue mucho más drástica: separó el hogar del puesto de trabajo. Con ello excluyó en gran medida a la mujer de la economía reconocida públicamente -aquella en la que los individuos recibían un salario – y complicó su tradicional inferioridad al hombre mediante una nueva dependencia económica. (…) El objetivo básico del sustentador principal de la familia debía ser conseguir los ingresos suficientes como para mantener a cuantos de él dependían (…)

Los ingresos de los otros miembros de la familia eran considerados suplementarios y ello reforzaba la convicción tradicional de que el trabajo de la mujer (y por supuesto de los hijos) era inferior y mal pagado” (…)

Sobre la situación de la mujer el historiador afirma que “es poco lo que puede decirse sobre ellas que no pudiera haberse afirmado en la época de Confucio, Mahoma o el Antiguo Testamento. La mujer no estaba fuera de la historia, pero ciertamente estaba fuera de la historia de la sociedad del siglo XIX.”

Volviendo a Francia, la fase de la primera industrialización (1830-1890) se realizó de manera diseminada geográficamente. La investigadora, Marie-Agnés Barrère-Maurisson (1999), caracteriza la función y las relaciones familiares: la familia era la unidad de producción; de tipo patriarcal, como tipo dominante. La diferencia con el período de industrialización se dio por la ubicación en grandes centros urbanos. Al acceder la mujer al trabajo asalariado “comienza a salir de la familia; por lo que se produce el estallido de la unidad familiar y la emergencia de la familia obrera. El tipo familiar corresponde a partir de este momento a la familia como unidad de salario y vemos aparecer la familia denominada conyugal.”

Cuando las obreras de la fábrica Cotton Textile Factory de Nueva York , en el año 1908, solicitaban jornada laboral de diez horas, descanso dominical e igual salario por igual trabajo y la respuesta al reclamo fue el incendio de la fábrica y la muerte de las 129 obreras, quedó demostrada la brutalidad de la patronal.

Es pertinente recordar que las jornadas laborales se extendían más de 12 horas, con bajos salarios, viviendas muy precarias, enfermedades y tasa de mortalidad elevada e inestabilidad en el empleo.

A la concepción de ingreso suplementario se agregaba la desvalorización del trabajo de las mujeres, consideradas inferiores y equiparadas a los niños, pagarles menos que a los hombres.

En los años 1850, las obreras lucharon por las reivindicaciones siguientes:

1. Acceso a los sindicatos en las mismas condiciones que los colegas masculinos.

2. A trabajo igual, salario igual.

3. Protección del trabajo femenino (esta reivindicación apareció a finales del siglo XIX.

4. Protección general de la maternidad.

Entre 1871 y 1901, por ejemplo, en la rama industrial en Inglaterra, la proporción de hombres aumentó en un 23% y la proporción de las mujeres en un 25%, lo mismo sucedía en Alemania. Durante la Primera guerra mundial, el 30% de las mujeres alemanas trabajaba en 30 ramas industriales.

La mirada, que considera la situación de la mujer en la sociedad determinada por su papel en la producción, sirve para concluir sobre su visión sobre el reconocimiento de los derechos sociales y cívicos, así es como lo analiza A. Kollontay:

Mientras la mayor parte de las mujeres permanecían en el hogar, ocupadas en tareas improductivas para el conjunto de la sociedad, todos los intentos y las iniciativas femeninas para obtener libertad e igualdad estuvieron condenadas al fracaso. Estos intentos no tenían ninguna base en la economía. Sin embargo, la producción industrial en las fábricas, que engullían a miles de obreras, modificó considerablemente el orden de las cosas (…)

El siglo XX señaló un viraje decisivo en la historia de la mujer. (…) En la época de la manufactura, las trabajadoras eran esencialmente viudas, solteras o mujeres abandonadas por sus maridos. En el siglo XIX, cerca de la mitad de las mujeres que trabajaban eran casadas. ¿por qué? Evidentemente el salario del marido no alcanzaba (…)

En otros términos, las reivindicaciones de la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres aparecieron “después de que la mujer introdujese sus fuerzas productivas de trabajo en la economía nacional”. Esta afirmación es en abierta polémica con las de las feministas de esa época que no consideraban esta variable.

Esta contradicción, también fue observada al señalar que “las feministas intentaron ingenuamente trasladar la lucha por los derechos de la mujer del terreno estable de la lucha de clases al terreno de la lucha entre los sexos”.

Temas y debates que continúan
En realidad la división del trabajo y la propiedad privada encadenaron a la mujer a su propio hogar y desde entonces fue considerada un complemento y el apéndice del marido. De allí, que las mujeres pujen por la posibilidad de liberarse de esta relación , en cada época de un modo particular.

El tema fue estudiado desde distintas perspectivas, por ejemplo:

La óptica que ubica a las mujeres en relación con el trabajo dentro de ámbitos familiares y tomado como objeto social traduce:

• en primer lugar, las evoluciones familiares, del empleo y de las estructuras productivas;

• igualmente la transformación del sistema económico y social, sus sectores de actividad, sus instancias, incluyendo las jurídicas;

• Constituye un parámetro de lectura para comprender también cómo se opera por ejemplo, la gestión de las carreras de los hombres y de las mujeres, de los despidos, en función de la situación matrimonial (…) incluso para autorizar un acercamiento entre la precarización del empleo y la fragmentación de la familia, etc.

Otro de los temas recurrentes es el del trabajo doméstico. La tarea de crear condiciones para reponer la fuerza de trabajo de los obreros fue valorada por las patronales, como es el caso de H. Ford, quien contemplaba entre los requisitos para la admisión de éstos, ser casado y no vivir en pensión.

El trabajo no remunerado del ama de casa, también participa de tareas productivas, al transformar insumos en alimentos y otras innumerables tareas de servicio, aunque sigue vigente la preocupación por su consideración en el cómputo de las cuentas nacionales.

En el ámbito laboral, cuando se hace referencia a la jornada de trabajo, es frecuente que las mujeres aludan a la “otra jornada”, la tarea doméstica y de crianza de hijos/as, sin remuneración. Los varones lo hacen en menor medida.

La doble jornada de trabajo es la marca de la sociedad patriarcal por un lado y la deficiente organización del sistema público para la atención de la primera infancia, la cual es asumida en general por las mujeres. La sociedad patriarcal instituyó relaciones sociales con roles específicos para uno y otro sexo y aunque en el transcurso del siglo XX se produjeron muchos cambios, esta sociedad desigual sostiene y reproduce inserciones laborales diferentes para mujeres y varones, persistiendo la doble opresión de las mujeres.

La práctica social de este rol llevó a la especialización en las tareas de cuidado, tanto es así que se puede observar en el ámbito laboral, que las que trabajan en oficios y profesiones que implican el cuidado del otro son las empleadas domésticas, maestras, enfermeras, niñeras, etc.

Otro fenómeno que se observó en la década 1980-1990, es el nuevo status de la mujer y su incorporación al trabajo, a la par que se producía la creciente incorporación de contingentes femeninos al mundo obrero.

La demanda social más general relacionada con su nuevo status adquiere una proyección organizativa diferente (comida, cuidado de niños y ancianos, cuidado de la casa, atenciones personales, etc.).

En síntesis los temas que nos convoca este día son varios:

– Relación de la economía, el desarrollo social y cultural y la inserción laboral de las mujeres.

– La doble opresión, clase y género.

– La relación entre la producción y la reproducción.

– El sentido de las tareas domésticas y el cuidado de los infantes.

– La relación clase -género o la contradicción entre los sexos.


* Escritora. Egresada de la carrera de Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

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