El análisis del Instituto de Estudios y Formación (IEF) se nutre del Informe elaborado por la Unidad de Género y Economía (UGE) del Ministerio de Economía bonaerense, que visibiliza con datos concretos la feminización de la pobreza, la precarización laboral y la sobrecarga del cuidado en estas familias.
Los hogares monomarentales —aquellos encabezados por mujeres sin cónyuge y con hijas o hijos menores de 18 años— condensan las desigualdades más profundas entre género, trabajo y clase.
El aumento sostenido de los hogares monomarentales en la provincia de Buenos Aires expresa un cambio estructural en la organización social del cuidado y en las formas familiares contemporáneas. Detrás de este fenómeno hay un dato político central: el Estado y el mercado siguen descansando sobre el trabajo no remunerado de las mujeres, que continúa siendo el soporte principal de la reproducción social.
La crisis de cuidados que atraviesa la Argentina no es coyuntural sino estructural. Se asienta en la persistencia de una división sexual del trabajo que asigna a las mujeres las responsabilidades de cuidado y reproducción de la vida, limitando fundamentalmente su autonomía económica.
Los hogares monomarentales representan uno de cada diez en la provincia de Buenos Aires y han crecido sostenidamente entre 2010 y 2023, al igual que los hogares unipersonales. En contraste, los hogares nucleares y conyugales disminuyen, evidenciando
un proceso de transformación de las estructuras familiares.
El 84,3% de estos hogares tiene jefatura femenina. En la mayoría de los casos, las madres son las únicas responsables del sostenimiento económico y afectivo. El 61,4% tiene una sola persona aportante de ingresos y en casi todos los casos se trata de la jefa del hogar.
En términos de composición, la mitad de los hogares monomarentales tiene un solo hijo o hija, un tercio dos y casi un 18% tres o más. La proporción de madres solas aumenta significativamente en los sectores de menores ingresos, donde se combinan precariedad laboral, informalidad y falta de redes de apoyo.
Encuesta Permanente de Hogares
Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH 2023) muestran que las jefas de hogares monomarentales tienen una tasa de actividad del 90%, 17 puntos por encima de las jefas de hogares nucleares. Sin embargo, esta mayor participación no implica mejores condiciones laborales.
El 39,8% de las jefas monomarentales son asalariadas sin descuento jubilatorio ni acceso a derechos básicos como obra social o vacaciones pagas. Trabajan en promedio 31 horas semanales, cinco horas menos que otras mujeres jefas, y tienen una alta tasa de pluriempleo (20,4%), indicador de la necesidad de combinar múltiples ocupaciones para sostener el ingreso familiar.
La inserción laboral reproduce la segregación de género: más del 60% se concentra en comercio, servicio doméstico, educación y salud, sectores de bajos salarios e informalidad estructural. En promedio, perciben un 20% menos de ingresos que otras jefas de hogar y un
26% menos que los varones.
La desigualdad se profundiza por la ausencia de corresponsabilidad económica de los padres: según datos aportados por el mencionado informe, el 66,5% de los progenitores no cumple con el pago de la cuota alimentaria en tiempo y forma. Esto hace que la
manutención de los hijos recaiga casi exclusivamente en las madres, que afrontan con su propio ingreso y endeudamiento el costo creciente de la crianza.
Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT 2021), el 92,7% de las mujeres realiza tareas domésticas y de cuidado no remunerado, dedicando en promedio 6 horas y 38 minutos diarios, frente al 75,9% de los varones, que dedican la mitad. En los hogares con hijas e hijos, el tiempo de cuidado de las jefas se duplica, alcanzando más de 10 horas diarias.
Esta desigual distribución del tiempo produce una cadena de exclusiones: limita la formación, restringe la inserción laboral y profundiza la dependencia económica. En el caso de los hogares monomarentales, se intensifica la sobrecarga de cuidado, ya que las mujeres deben sostener simultáneamente el trabajo remunerado, las tareas de crianza y la gestión del hogar.
Desde una perspectiva feminista de la economía, estos datos confirman que la autonomía de las mujeres está condicionada por la falta de redistribución social del cuidado. El Estado y el mercado externalizan sus costos sobre los cuerpos y el tiempo de las mujeres, configurando un sistema de desigualdad sostenido en la sobrecarga y gratuidad de su trabajo.
El rol de las mujeres en las estructuras familiares
El aumento de los hogares monomarentales refleja tanto transformaciones culturales como desigualdades persistentes. Las mujeres reconfiguran las estructuras familiares para garantizar la supervivencia, construyendo redes de sostén que muchas veces reemplazan la ausencia del Estado y la corresponsabilidad masculina.
Lejos de representar un “fracaso familiar”, la jefatura femenina expresa una reorganización social del cuidado basada en la solidaridad comunitaria. Sin embargo, esa capacidad de sostén no debe romantizarse: implica sobrecarga, estrés económico y precarización de la
vida.
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