¿El chiquero del mundo?
Un documento de la cancillería argentina que indica un posible tratado con China para el desembarco de infernales granjas industriales para la producción de carne de cerdo despertó la alerta en vistas de nuevo desastre que evoca enfermedad y territorios arrasados.
“Necesitamos tener una conversación como la que deberíamos haber tenido en 1996 cuando en ese tórrido verano, sin siquiera traducir los documentos del inglés al español, Felipe Sola, autorizó la siembra de semillas transgénicas en nuestro país, volviéndonos lo que hoy somos: un gran sojal”, comienza la periodista y escritora Soledad Barruti en un video que, en su primer día de circulación, tuvo más de 1 millón 500 mil visualizaciones.
A lo largo de casi nueve minutos, la autora de Mal comidos y Mala leche, trae a colación ese hito que se abrió este modelo de producción en nuestro país y todas las consecuencias que desató el cultivo de soja transgénica. ¿La razón? Alertar, junto a cientos de personas y organizaciones que firman el documento “No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias” sobre una nueva decisión que se juega el futuro en estos días: la posibilidad de que nuestro país lleve adelante un negocio de producción de cerdos con China, aumentando la cantidad que produce de unos 7 millones a unos 100 millones de animales para abastecer al gigante de oriente, principal consumidor de cerdos del mundo.
Las consecuencias de este aparente negocio, que lleva adelante el mismo personaje que le abrió las puertas hace 25 años a la soja transgénica, son nefastas. Pero a diferencia de aquel entonces, la comunidad toda está a tiempo de ponerle un freno a la firma del acuerdo. Por eso la urgencia.
“De la mano de este personaje, hoy devenido en canciller, vemos nuevamente la opacidad y el carácter de impuesto de este proyecto: no se da un debate público de cara a la sociedad sino entre bambalinas. Cuando fue lo de la soja transgénica se introdujo la solicitud y en menos de tres meses se dio la autorización, sin pedir ni siquiera informes al ministerio de salud ni a la secretaria de ambiente, ni tampoco discutiéndolo en el Congreso. Hoy vemos lo mismo: cuando se piden precisiones a la cancillería la respuesta es muy críptica”, señala Marcos Filardi, abogado de derechos humanos y soberanía alimentaria, uno de losprimeros en firmar contra el proyecto.
Las consecuencias que acarrea esta producción son contundentes y se detalla en el escrito: “La actual pandemia por Covid-19 que tiene en vilo a toda la humanidad está estrechamente vinculada a cuestiones socioambientales y productivas, que están invisibilizadas. Al igual que ocurrió con el ébola, la gripe aviar y la porcina, el SARS y otras zoonosis, se trata de un virus que emergió por alguna de estas causas: hacinar animales para su cría industrial y/o su venta, y desintegrar ecosistemas acercando a las especies entre sí”.
En el texto también se recuerda que en los criaderos industriales, los animales “son sometidos a aplicaciones de una cantidad de antibióticos y antivirales para prevenir las enfermedades y engordarlos rápidamente. Por ende, estos centros industriales se convierten en un caldo de cultivo de virus y bacterias resistentes. Una vez que un microorganismo muta, se fortalece y puede provocar nuevas infecciones con daños incalculables. Como consecuencia, hay que tomar medidas como el confinamiento de una gran parte de la población mundial o la matanza de miles de millones de animales”. En definitiva, Argentina podría ser la fábrica de nuevas pandemias.
Justamente, el brote de lo que se conoce como peste porcina africana que se desató en China culminó con la matanza de 250 millones de animales para que no se siguiera propagando la enfermedad. “Las granjas industriales son en sí mismas un peligro, un lugar infernal: un cerdo nace y ya se le extraen los colmillos y se le corta la cola porque por el estrés de la vida en los corrales de engorde se comen unos a otros. Una cerda da unos 14 cerdos cada 6 meses y para eso la sostienen en jaulas de gestación, del tamaño de su propio cuerpo. Así hasta el matadero. Estas condiciones tremendas afectan a los animales y les baja la inmunidad, ¿cómo se los contienen? con antibióticos. En estos lugares se gestan las zoonosis que saltan del reino animal al humano. Estamos a tiempo de decir que no, de poner un límite a escenarios de extrema crueldad y abuso de los animales y la naturaleza”, dice Barruti en un mensaje contundente.
Pero, lejos de repensar un consumo basado en el sufrimiento y la destrucción –no solo en China, sino en todo el mundo-, la estratega es seguir con lo mismo, pero en otros lugares. La exportación de las granjas industriales: Argentina sería entonces el gran alimentador y productor de carne de cerdos. “China acelera estos procesos de tercerización para que la producción tenga lugar fuera de su territorio, con devastadoras consecuencias. Como con la soja: un cultivo que en 1996 era marginal hoy ocupa el 60% de la superficie cultivada y arrasa con todo. Tenemos una de las tasas de desforestación más altas de América lantina”, continua Marcos.
Se suma a eso todo el paquete tecnológico que trae la soja transgénica. “Somos el tercer país productor mundial de transgénicos, después de Estados Unidos y de Brasil”. ¿Los ganadores? Las industrias químicas que siguen vendiendo más y más venenos. A tal punto que desde el 96 aumentó un 1400% el uso de agrotóxicos en nuestro país. “Estamos usando una media de 525 millones de litros de agrotóxicos por año y cuatro corporaciones tienen casi el 100% de los eventos transgénicos, el 75% del mercado mundial de semillas comerciales y el 75% del mercado mundial de agrotóxicos”.
– ¿Y porque hablamos de soja, si hablábamos de chanchos?
– Porque es justamente esa soja, junto al maíz que, en nuestro país es también 96% transgénico tolerante a agrotoxicos, los que luego son exportados a países como China para alimentar animales como los cerdos. Y porque de llevarse adelante este tratado, además de todo lo anterior, se incrementaría exponencialmente la producción para alimentarlos, profundizando aun más la contaminación de las napas, de los cursos de agua y del aire.
Las formas de producción porcina demandan la atención mundial por posibles nuevas enfermedades.
Espejitos de colores
Dejando de lado, si se puede, todo el sufrimiento y la matanza que implica este tipo de alimentación, junto con atentar de manera directa la salud y el medio ambiente, ¿hay todavía alguien que pueda argumentar alguna bondad? ¿Qué va a traer trabajo? ¿Qué se va a terminar con el hambre? “Todos esos mitos con los que iba a venir la soja no se cumplieron. Decían que esta tecnología era necesaria para acabar con el hambre en el mundo. Corrimos detrás de esa zanahoria y el hambre no solo no ha disminuido, sino aumentado a nivel global y, no solamente eso, sino que se han introducido nuevas enfermedades que antes no estaban vinculadas a los venenos y a los objetos comestibles que el modelo pone en nuestras mesas. Y hoy, centralmente, nos estamos muriendo de eso: enfermedades crónicas no trasmisibles: canceres, enfermedades del sistema endocrino, enfermedades neurodegenerativas, respiratorias, malformaciones, abortos espontáneos, trastornos de fertilidad y por el lado de la ingesta de esos alimentos, además de los cánceres, el sobre peso y obesidad, enfermedades cardiovasculares y celebro vasculares, entre otras”.
También hubo la promesa de reducir el uso de los agrotóxicos, algo que nunca sucedió, con resultados a la vista: el aumento del uso en un 1400% y un circulo vicioso de cócteles cada vez mas tóxicos que salen al mercado: un negocio de 120 mil millones de dólares a nivel mundial y de 3500 millones de dólares en Argentina de la venta de esos agrotóxicos. Entonces, 25 años de modelo exitoso sojero en qué desembocaron: en un país con un 40% de pobreza que debe prorrogar una y otra vez la emergencia alimentaria.
“No es verdad que producimos alimentos, producimos unos pocos comodities exportables, y estamos hablando de una Argentina sin hambre y de que es necesario resolver la mayor vergüenza nacional, y es que en este país de 2 millones 800 mil kilómetros cuadrados, con una tremenda potencialidad de producir alimentos, tiene gente que pasa hambre. 25 años después, el éxodo rural que se profundizó: a falta de trabajo, de acceso a las tierras, en las zonas rurales a la gente no le queda otra que irse a los pueblos y ciudades. Entonces, ¿generó trabajo? No. Generó ganancias para muy pocos. Y ahora otra vez nos vienen a vender espejitos de colores que no son más que mitos: lo que vamos a tener son las desbastadoras consecuencias en nuestros territorios”.
Hay una salida
Frente a esto, un primer paso puede ser el de interpelar nuestro rol como comensales y enviar un mensaje a partir de nuestras elecciones alimentarias. “El acto de comer es un acto político y decidimos si queremos que nuestro dinero financie a los agronegocios concentrados y al supermercadismo asociado, o a la agricultura familiar campesina indígena y la economía social y popular”. Sin embargo, la fuerza para torcer el rumbo y transformar la matriz productiva requiere de una decisión política empujada por la fuerza de la comunidad. “La reacción es muy distinta que en el 96: hoy un petitorio que un grupo de personas hemos decidido comunicar ya cosecha decenas de miles de firmas. Eso habla de una conciencia social mayor a la que teníamos. La salida para nuestra mirada no es individual, sino colectiva: necesitamos transformar el modelo productivo, el modelo agroindustrial dominante para llevarlo a un modelo de soberanía alimentaria y esa construcción es necesariamente colectiva. Tenemos que ser muchos para poder revertir en esta relación de fuerzas desigual y construir poder popular para transformar esas estructuras. Ahí está el desafío”.
-Efectivamente hay un sur posible
Sí. Sabemos que hay otro modelo que no solamente es necesario y urgente, sino que tiene expresiones concretas en nuestro país que es el de la soberanía alimentaria, un modelo que en la producción aboga por la agroecología, que en la distribución procura localizar los sistemas alimentarios y acercar el productor al comensal y garantizar unos a otros un precio justo, un alimento fresco, cosechado por un productor local que de esa manera arraiga en el territorio. Ese modelo ya tiene expresiones concretas, la buena noticia es que lo podemos hacer. Las condiciones son propicias para que todos estemos bien alimentados. Hay, además, una demanda creciente en el mundo de alimentos de calidad, entonces en vez de ser el chiquero, los proveedores de soja para engordar ganados, la inversión inteligente es especializarse en alimentos sanos, seguros y soberanos.
Por Violeta Moraga para Al Margen
Fuente: agenciacta.org